De no ser porque los niños no van al colegio, y que los mayores nos empeñamos en vestir con bermudas y chanclas, cualquiera diría que nos encontramos en pleno mes de agosto. Ayer mismo por la tarde, cuando toda la familia aprovechamos el atardecer para acercarnos a la playa, con la firme esperanza de que entre el ocaso y nosotros no se interpondría ninguna nube pejiguera, nos sentimos incapaces de quedarnos en bañador para que los rayos alcanzaran nuestras pieles sedientas de color: y es que ¡hacía frío, coño!.
Cada día, al levantarnos, nuestra prioridad comienza a ser, en lugar de hacer la pipí acumulada de la noche, salir al balcón del apartamento para comprobar si por una extraordinaria casualidad sale el sol y podemos estrenar la toalla naranja y la crema solar protector 15. Pero qué va, ni por asomo. Creo que de nada nos va a servir tampoco haber estado tomando betacaroneto desde hace tres meses.
Y es que el tiempo está como una chota: cuando debe hacer frío, hace calor; cuando calor, frío; cuando lluvia, sequía; cuando… No creo que la paloma de Alberti se equivocara tanto, en serio. Como no pongamos un poquito más de empeño en el asunto, cerraremos los colegio de Navidad a Semana Santa, y cambiaremos la letra de la canción para decir: “vacaciones de primavera para mí, caminando por la arena junto a tí”.
Y es que, de verdad, tengo ganas de que llegue el invierno, porque este frío no hay quien lo soporte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario