12 octubre 2006

Cantabria es la leche

Así reza en camisetas y otros objetos de los que encuentras en las tiendas de recuerdos de Cantabria. Y cierto es. Este año decidimos hacer un pequeño viaje a este rincón de España y creo que repetiremos en alguna otra ocasión. Tras una larga deliberación, creímos conveniente instalar nuestro centro de operaciones en Santander. Si lo que pretendes es desconectar y a la vez descubrir nuevos paisajes y rincones, posiblemente no pase la decisión por meterte en el centro de una ciudad grande, sino que buscarías un aislado pueblo donde el ruido de los coches no se mezclen con los de la brisa entre el ramaje de los árboles. Quizá la decisión pasó principalmente por su situación y sus magníficas vías de comunicación. Pero, todo hay que decirlo, Santander es una de esas pocas ciudades habitables, con un sonido distinto y un olor a montaña y a mar que invita a pasear, cerrar los ojos y respirar profundamente. También tiene unos pinchos de tortilla y otras exquisiteces que quitan el hipo y eliminan el cansancio tras una larga jornada de ruta en coche.
Y sí, Cantabria es la leche. Desde Castro Urdiales hasta San Vicente de la Barquera, pasando por Potes, Reinosa, Santillana del Mar, Solares… Cada pueblo, cada playa, cada prado, constituyen una secuencia fotográfica difícil de borrar de nuestro cerebro.
Y también está sus gentes: el recepcionista del hotel, el camarero del bar de enfrente que cada mañana te servía el café y te proponía una nueva ruta… y Doña Emilia, la de las conservas en Santoña, que no sólo nos informó de los problemas por los que pasa el sector de la anchoa en el Cantábrico y nos regaló un botecito con el mejor paté de cabracho que jamás había comido, sino que supo conquistar nuestro cariño y de la que guardamos un grato recuerdo.
Así es que, querido lector, si de algo te puede servir mi humilde consejo y si no conoces esta bella región, programa tu próximo viaje rumbo a Cantabria. Puedo asegurarte que no te vas a arrepentir. El título lo dice todo.